09 enero 2012

El árbol de la vida

Foto: Julius-Revolution

Pasará mucho tiempo y se seguirá hablando de cómo en una época dominada por el cine pop-comercial (con notables excepciones, sin duda) Malick volvió a desmarcarse entregando otra sinfonía. Pero no de cine clásico, sino del suyo particular, del extraordinario, pues el norteamericano es el único director del mundo que coloca la cámara en el lugar donde reposa la belleza y la empuja con la yema de los dedos de un poeta. El talento para exprimir al máximo la preciosidad de cada plano a algunos les resulta intrascendente, pero a otros nos provoca fascinación, especialmente ahora que todos tenemos una cámara de cine en el teléfono. Si buscan una narración convencional, olvídense, pues sólo verán cómo la historia navega sobre un ballet de imágenes para instalarse en el cerebro, que es donde en última instancia se asienta esta catarata de sensaciones. "The Tree of Life" (ya el título es pura génesis) es un acontecimiento singular a la altura de su ambición, un destello de arte excepcional y una sutil orgía para los sentidos. Es un canto -que resuena lejano y místico- a la forja del carácter en la infancia, allí donde empieza todo, y un bellísimo homenaje en forma de susurro a la bondad de las mujeres. Puede –sólo puede- que le resulte aburrida, cabe esa opción, pero me temo que poco más podrá decir que eso, que "le resulta aburrida", y no creo que sea culpa de Malick -ni de nadie-, cuyo único interés es mostrarle su relato buscando la perfección. Véanla, aunque sea sólo para marcar la delgada línea roja que le definirá la sensibilidad de sus amigos. 
Texto: Pablo Kurt, FILMAFFINITY