Foto: Julius-Revolution
Los mejores recuerdos de mi infancia hasta los 16 o 17 años están entre las calles y casas de este pueblo en Tierra de Campos, en Palencia. Son muchos y se amontonan, pero recuerdo especialmente el calor intenso del verano, la compra de zapatillas nuevas por parte de mi abuela al día siguiente de llegar, el arreglar pinchazos de la bicicleta, el carro tirado por una mula del vendedor de frutas y verduras, las largas y obligatorias siestas, escuchar discos de Supertramp y Police en el tocadiscos a 33 r.p.m., el coger ranas, disparar con la carabina de aire comprimido, ir a cazar pájaros por la noche, ir a por la leche recién ordeñada, cargar sacos de trigo hasta el granero, la tienda donde birlábamos algún caramelo, el dar de comer a los conejos, el jugar a la cerilla, a las prendas, el primer enamoramiento, el jurar amistad eterna y quedar en vernos en el año 2000, las rencillas de los chicos del pueblo hacia los veraneantes, la misa de los domingos y la barra de helado de vainilla para mi abuela, el ruido de la polea al sacar agua del pozo para poner a refrescar las bebidas, el ir al cementerio por la noche y contar historias de miedo, las fiestas de los pueblos en verano, las almendras garrapiñadas, los guateques en la peña, bailar las lentas al ritmo del 'Soy rebelde' de Cecilia, mis primos, los baños en el canal, andar 8 kms en bici para ir ala piscina del pueblo de al lado y luego volver, las meriendas de pandilla en el campo con huevos rellenos, la visita al "pueblo abandonado", mi primera moto, el final del verano, las cartas...